Para esa nueva comunidad escribió una Regla en la que, plasmando su personal experiencia de Dios y del corazón humano, dejó establecida una disciplina para que los que buscan a Dios no vayan a tientas, ni sean víctimas de alguna ilusión, sino que con esta mínima norma puedan seguir un camino seguro en su propósito para ir a Dios.
La regla de san Benito es una codificación práctica del evangelio para el monje y para la comunidad. En ella queda minuciosamente organizado todo en torno a unos ejes en los que se apoya toda su vida. Es un género de vida que sólo se justifica ante la sincera búsqueda de Dios. Es una escuela del servicio divino, en la que se aprende a practicar las virtudes cristianas. Es una vida en comunidad en la que obediencia y humildad ocupan un puesto relevante. La alabanza divina es una solemne manifestación de fe y trato con Dios. El monje, desapegado de todo por la pobreza, vive del trabajo de sus manos. A Dios se le conoce leyéndole. La lectura de Dios es una forma de entrar en trato con Él. Identificar al abad, al hermano y al huésped con Cristo lleva a los gestos más delicados de fe y de caridad.
Pero todo esto quien mejor lo dice es el mismo san Benito en la Regla que escribió para aquellos que quieren tener un principio de vida cristiana ordenada. Esta Regla, escrita hace mil quinientos años para los monjes de Montecasino, ha sido adoptada a lo largo de los siglos por otros muchos monasterios en los más variados países. En su permanente actualidad es hoy el código espiritual por el que se rigen casi todos los monjes de la Iglesia. Por ello creo que no hay nada mejor que ofrecerte en toda su integridad y frescor el mismo texto de la Regla de los monjes para que con su lectura, y poniendo en práctica sus avisos, vuelvas por la obediencia a Dios de quien, por la desobediencia, te habías apartado.