jueves, 21 de noviembre de 2024
Biblioteca de Silos. Bernardo andando

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Prólogo.

La escucha y vuelta a Dios.
     1 Escucha, hijo, la enseñanza del maestro y aplica el oído de tu corazón. Acoge con gusto esta exhortación de un padre entrañable y ponla en práctica, 2 para que por el esfuerzo de la obediencia vuelvas a aquel de quien te apartaste por la dejadez de la desobediencia. 3 Quienquiera que seas, te dirijo mi exhortación a ti que, renunciando a tu voluntad, tomas las ilustres y heroicas armas de la obediencia para militar bajo Cristo Señor y verdadero rey.

Orar para que Dios culmine su obra.
     4 Ante todo, al empezar cualquier obra buena, pídele a él con insistente oración que la lleve a término, 5 para que, pues ha querido contarnos ya entre el número de sus hijos, jamás se deba afligir por nuestras malas obras. 6 Pues siempre debemos cuidar los dones que ha puesto en nosotros, no sólo para que, como padre airado, no llegue a desheredar a sus hijos, 7 sino para que, como señor temible irritado por nuestros males, no nos entregue a la pena eterna como a siervos malvados que no le han querido seguir a la gloria. 

Levantémonos de una vez.
      8 Levantémonos, pues, de una vez, que la Escritura nos despierta diciendo: Ya es hora de espabilarse. 9 Y, abiertos nuestros ojos a la luz divina, oigamos con suma reverencia la voz de Dios que a diario nos dice: 10 Ojalá escuchéis hoy su voz: No endurezcáis el corazón. 11 Y también: Quien tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. 12 ¿Y qué dice? Venid, hijos, escuchadme, os instruiré en el temor del Señor.13 Corred mientras tenéis la luz de la vida, antes que os sorprendan las tinieblas de la muerte.

El camino de la vida.
     14 Y buscando el Señor su obrero entre la gente a la que dice estas cosas insiste: 15 ¿Hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad? 16 Si tú, oyéndolo, respondes: Yo, te dirá Dios: 17 Si quieres tener una vida feliz y eterna, guarda tu lengua del mal, tus labios de la falsedad. Apártate del mal, obra el bien, busca la paz y corre tras ella. 18 Y cuando obréis así, me fijaré en vosotros y escucharé vuestras súplicas. Antes que me invoquéis, os diré: Aquí estoy. 19 Amadísimos hermanos, ¿encontraremos algo más dulce que esta voz del Señor que nos invita? 20 El Señor mismo, en su bondad, nos enseña el camino de la vida.

 ¿Quién habitará en tu casa, Señor?
     21 Ceñida, pues, la cintura con la fe y la observancia de las buenas obras, sigamos su camino, guiados por el Evangelio, para que merezcamos ver a quien nos ha llamado a su reino.
  
 22 Si queremos habitar en su reino, no llegaremos a él si no adelantamos en buenas obras.23 Pero preguntemos al Señor con el profeta diciéndole: ¿Señor, quién puede hospedarse en tu tienda y habitar en tu monte santo? 24 Y oigamos, hermanos, al Señor que nos responde y nos enseña el camino de su casa 25 diciendo: El que procede honradamente y practica la justicia. 26 El que tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua. 27 El que no hace mal a su prójimo ni difama al vecino. 28 El que, cuando el diablo malvado le insinúa algo, considerándole despreciable, rechaza de su corazón al diablo con su insinuación y, agarrando hasta sus más pequeños pensamientos, los estrella contra Cristo. 29 Quienes, temiendo a Dios, no se engríen por su buena conducta sino que, sabiendo que las buenas cualidades en ellos existentes no proceden sino del Señor, 30 ensalzan a Dios que actúa en ellos, diciendo como el profeta: No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre, da la gloria. 31 Igual que el apóstol Pablo no se sobreestimó por su predicación diciendo: Por la gracia de Dios soy lo que soy. 32 E insiste: El que se gloría que se gloríe en el Señor.

 El Señor espera una respuesta.
     33 Por eso dice el Señor en el Evangelio: El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. 34 Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa. Pero no se hundió porque estaba cimentada sobre roca.       
     
35 Al decir esto el Señor espera que a diario respondamos con hechos a sus santos consejos. 36 Pues se nos dan los días de esta vida como tregua para corregir los vicios, como dice el apóstol: 37 ¿No sabes que la bondad de Dios es para empujarte a la conversión? 38 Pues el Señor, compadecido, dice: No me complazco en la muerte del pecador, sino en que se convierta y viva. 

Apresurémonos a poner por obra.
     39 Al preguntarle al Señor, hermanos, por el que ha de habitar en su morada, hemos oído sus condiciones: cumplir los deberes del morador de su casa. 40 Por tanto, debemos disponer nuestros corazones y nuestros cuerpos para militar en la santa obediencia de sus preceptos. 41 Roguemos al Señor nos dé la ayuda de su gracia para superar lo que exceda a nuestra naturaleza. 42 Y si, huyendo de las penas del infierno, queremos llegar a la vida eterna, 43 mientras haya tiempo, estemos en este cuerpo y podamos cumplir todas estas cosas a la luz de la vida, 44 debemos apresurarnos y poner por obra lo que eternamente más nos aprovechará. 

Una escuela del servicio divino.
     45 Vamos a instituir, pues, una escuela del servicio divino. 46 En ella no esperamos establecer nada duro ni penoso. 47 Pero si, cuando sea conveniente, para enmendar los vicios y conservar la caridad, se presenta algo un poco más severo que de ordinario, 48 no abandones en seguida, asustado, el camino de la salvación, que necesariamente ha de iniciarse con un comienzo estrecho. 49 Pues al progresar en la vida monástica y en la fe, dilatado el corazón, se corre con una dulzura de amor indecible por el camino de los mandatos de Dios. 50 Así, pues, no apartándonos nunca de su magisterio y perseverando en su doctrina en el monasterio hasta la muerte, participemos con nuestra paciencia en los sufrimientos de Cristo, para que también merezcamos compartir con él su reino. Amén.


1. Clases de monjes. »